17 de abril de 2019.
Día Internacional de las Luchas Campesinas
El 17 de abril, La Vía Campesina y los movimientos sociales por la Soberanía Alimentaria -en recuerdo de la matanza de 19 campesin@s sin tierra en el Estado de Dos Carajas, Brasil, en 1996- promueven un Día internacional de Lucha Campesina. El 18 de diciembre de 2018, la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la “Declaración sobre los derechos de los campesinos y otras personas que trabajan en las zonas rurales”que obliga a los Estados a proteger los asentamientos campesinos e indígenas, la tierra y las semillas frente a su mercantilización y privatización por parte de las multinacionales. La Vía Campesina llama a movilizarse “a otros movimientos sociales organizados, sindicales, universidades, medios de comunicación amigxs y gobiernos que priorizan a los pueblos para defender los derechos campesinos de las políticas basadas en el mercado global y el agronegocio”.
La crisis del actual (Des)Orden Alimentario Internacional es producto de su propia dinámica constitutiva: la industrialización, mercantilización y globalización de la producción, la circulación y el consumo de los alimentos.
Los alimentos no deben ser tratados como mercancías. El acceso a una alimentación saludable y sostenible para todas las personas y la soberanía alimentaria de todos los pueblos para producir y consumir sus propios alimentos, son Derechos Fundamentales protegidos por las constituciones democráticas de los países y por la legislación internacional (Declaración de DDHH de la ONU de 1948 y Pactos Internacionales suscritos por el Sistema de Estados para la protección efectiva de los Derechos Humanos en su vertiente de Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Alimentarios.
Sin embargo, la libertad de producción de alimentos a gran escala para el mercado mundial -junto al consumo irresponsable inoculado por una publicidad multinacional sin límites ecológicos, políticos o jurídicos- desafía el imperio de la ley al tratar a los alimentos como mercancías sujetas a la competitividad de un mercado controlado por multinacionales que reciben el apoyo de las instituciones internacionales del mercado y de la mayoría de los estados.
El mundo produce más alimentos de los necesarios. Sin embargo, de 7.500 millones de habitantes, 800 millones pasan hambre al tiempo que se tira el 30% de la comida y 2.000 millones padecen sobrepeso, obesidad y enfermedades asociadas al exceso y la toxicidad de las mercancías alimentarias. Los gases de efecto invernadero vinculados a la industrialización de la agricultura y la ganadería radicalizan el Cambio Climático que rompe los ciclos biológicos de plantas y animales, eleva la temperatura y produce deshielo en los polos, lluvias torrenciales, tornados, sequías y desertificación. El empleo masivo de pesticidas, herbicidas, fungicidas, fertilizantes, hormonas, antibióticos, aditivos alimentarios y envases, sobre todo plásticos, contaminan alimentos, agua, tierra y aire y obligan a incinerar miles de millones de toneladas de residuos que esparcen dioxinas, furanos y metales pesados, afectando gravemente a la seguridad alimentaria y a la salud ambiental.
El libre comercio de alimentos arruina las formas tradicionales de producción campesina de temporada, cercanía, circuitos cortos de comercialización y circuito cerrado de insumos, residuos y energía, privatiza los bienes comunes de la Naturaleza, derrocha el agua y hace muy difícil el acceso a la tierra y la vida en el medio rural, generando migraciones masivas. Las subvenciones a la producción por la producción y la competitividad por la competitividad, atrapan a la agricultura familiar campesina en un proceso destructivo y autodestructivo que impone a la producción agraria precios cada vez más bajos, dependencia de las multinacionales, deterioro de la calidad de los alimentos, de la biodiversidad y de la fertilidad de la tierra así como graves desequilibrios territoriales, abandono de la actividad agraria y despoblamiento de las zonas rurales a favor de un urbanismo patológico inviable desde todos los puntos de vista.

Frente a estas catástrofes que se retroalimentan entre sí, se alzan la Agroecología y el Consumo Responsable que revalorizan la cultura y los valores campesinos incorporando conocimientos agronómicos, diálogo y cooperación entre l@s numeros@s protagonistas de subsistemas alimentarios agroecológicos basados en una economía circular que tiende a residuos cero para afrontar y revertir los daños de la alimentación globalizada. La producción campesina cultiva a favor de la Naturaleza, proporciona alimentos para la población cercana y parte de los conocimientos agroganaderos tradicionales: rotación de cultivos, variedades locales, recolección en punto óptimo de maduración, cultivos de temporada, tecnologías respetuosas con los procesos y tiempos biológicos y devolución de los residuos orgánicos al suelo tras un adecuado compostaje. Es intensiva en mano de obra, impide la emigración forzosa y contribuye a la fertilidad de la tierra, al ahorro de agua, la reducción de la huella de carbono y la resiliencia frente al cambio climático.
La alimentación agroecológica es algo más que una moda. Avanza con paso firme, a pesar de –o gracias a- superar grandes obstáculos. El primer obstáculo está siendo la penetración intensiva en la producción y distribución masiva de alimentos ecológicos de los mismos capitales responsables del hambre y la comida basura. Las cadenas de gran distribución ya controlan el 70% del mercado de alimentos ecológicos. Estos inversores producen comida ecológica con sello oficial “bio” manteniendo la producción a gran escala, la distribución mundial, el trabajo precarizado o esclavo, el expolio de tierras, la coerción a l@s pequeñ@s productor@s y la consideración de los alimentos –ahora con sello ecológico- como mercancías rentables y no como la garantía del derecho fundamental a la alimentación.
El segundo obstáculo consiste en que, a pesar del aumento cuantitativo de la producción y el consumo ecológico, existe una gran debilidad de conocimientos agroecológicos en la población, en la clase política y en muchos técnicos y científicos afiliados al paradigma del crecimiento mercantil, pero también, en la mayoría de l@s actuales consumidor@s responsables cuya proporción de consumo ecológico es baja frente a su consumo convencional. Una reciente encuesta indica que, quienes consumen comida ecológica, lo hacen una vez al mes (40%), una vez a la semana (14%) o a diario (3%) y la eligen, sobre todo, porque es saludable (68%), desde hace más de 5 años (62%) prefiriendo la denominación “eco” a “orgánico” o “bio”.
El tercer obstáculo es la reacción del Sistema Alimentario Industrial, con su poder económico, institucional, mediático y “científico” ante el avance de los pequeños -pero valerosos- Sistemas Alimentarios Agroecológicos. Sin el menor pudor, la agroindustria y sus voceros califican a la Agroecología como un bulo carente de rigor científico que no aporta nada a una alimentación industrial reglada por normas nacionales e internacionales que garantizan “totalmente” la salud y la seguridad alimentaria.
En el “libre comercio de alimentos”, cada eslabón de la cadena sufre –pero también reproduce- la lógica depredadora de la especulación alimentaria. Por el contrario, la Agroecología tiene en cuenta las necesidades de la distribución y el consumo que, a su vez, contemplan las necesidades de la producción respetando los límites de la Naturaleza. La distribución agroecológica y el consumo responsable se basan en cultivos de temporada, cercanía, el menor número posible de intermediarios, comercio justo para productores y consumidores, cultura nutricional y gastronomía autóctonas, artesanía y pequeña industria transformadora que optimiza el aprovechamiento de los recursos y la reducción de los residuos. La Alimentación Agroecológica no puede prosperar sin la transformación del consumismo compulsivo en consumo responsable y sin redes propias de distribución eficientes y sostenibles frente a la gran distribución que impone su ley a productor@s y consumidor@s.
Las Luchas Campesinas son convergentes con las luchas de consumidor@s, mujeres y comunidades indígenas que, día a día, cuidan a las personas y a la Naturaleza, protegiendo semillas, agua, bosques y tierras de su privatización por parte de multinacionales o estados extranjeros. Junt@s sembramos cultura alimentaria para crecer en salud, limitar la huella ecológica, cerrar la brecha metabólica campo-ciudad y crear redes de comercialización desde la responsabilidad compartida y equivalente de tod@s l@s actor@s del Sistema Alimentario Agroecológico (productor@s, pescador@s, elaborador@s, artesan@s, transportistas, logistas, distribuidor@s, cociner@s, nutricionistas, familias, consumidor@s, escuela, educador@s, científic@s, técnic@s y polític@s comprometid@s con la transición a Sistemas Alimentarios Agroecológicos). Desde la semilla en tierra fértil a la mesa responsable (familiar, escolar o institucional) producimos economía del bien común, cooperación, ecofeminismo, justicia, igualdad y seguridad y soberanía alimentaria para todas las personas y todos los pueblos.
La Agroecología es premisa y resultado en: a) la lucha contra el hambre, la malnutrición y la obesidad infantil, b) la garantía de la Soberanía y la Justicia Alimentarias, c) la promoción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y d) la mitigación del Cambio Climático.
La Garbancita Ecológica
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